lunes, 6 de octubre de 2008

Echando balones fuera

No recuerdo cuál fue la primera película que vi en un cine, aunque por supuesto si que recuerdo la última: es ésta, una francesa que no es que sea lo mejor que he visto nunca, pero dado lo último que me ha tocado "disfrutar"(uno, dos, tres) me ha devuelto las ganas de ver más. Aunque el argumento parece diseñado a conciencia utilizando un caso extremo para convencer de algo que parte de la sociedad condena (si soy más específico reviento la trama completa); al menos no se pasa de "francesa", esas conversaciones intelectuales entre catedráticos de literatura que provocan sarpullido.

Tampoco recuerdo cuál fue el primer partido de fútbol que vi en la tele, que mi padre es de los de empaparse hasta los de segunda división aunque sean en gallego si no hay nada mejor que echarse a la boca. Eso sí algún verano de leyenda entre Eurocopas y Juegos Olímpicos, porque a falta de pan buenas buenas eran tortas en aquel entonces, sí que me tocó vivir.


Ahora sí, del primer partido de fútbol que vi en forma de película siendo un enano no me puedo olvidar. Nos llevó ese mismo padre futbolero (que sólo hay uno) a mi hermano (el que los hace a pares) y a mí en el cine de la reina pagana. Además entonces era un cine de los de verdad con la (única) sala grande. Me refiero por descontado a Evasión o victoria. Saliendo Michael Caine, Silverster Stallone (antes de degenerar), Max Von Sydow y ...¡¡Pelé!! no puede ser mala. Es la típica historia de prisioneros de guerra de la Alemania nazi que ya no saben como escaparse y se les ocurre organizar un partido de fútbol contra la selección teutona. No sé explicar todavía como un ¡brasileño! acaba en un campo de concentración en Europa durante la segunda guerra mundial.

El caso es que aquella sala que yo recuerdo de proporciones gigantescas estaba llena de niños de mi edad. Y pasando todos un mal rato de narices, porque los buenos sufren de lo lindo durante las casi dos horas que dura la cinta. Digo yo que alguno incluso lloraría de rabia cuando por fin llega la escena final que es el partido en sí, y los alemanes van y nos cascan cuatro o cinco goles en un rato. El árbitro por supuesto comprado, delante suya le sacuden al Pelé en la boca del estómago y hace la vista gorda, entre otras burradas. Pero conseguimos un gol antes de que se acabe la primera parte. En el cine algunos celebramos el gol tímidamente y otro, exaltado, pide que le den el pelotón a él, que los arroya. Lo peor es que en el descanso los buenos se quieren fugar los muy cobardes... ¡pero bueno! ¿nos van a fasitidiar el partido estos egoístas que sólo piensan en su libertad y no en lo que de verdad es importante para alguien con poco más seis años?. Pues no, vuelven al campo y se monta una buena tanto en el campo como entre el público infantil. Les caen a los nazis un gol más ("¡¡gol!!"), y luego otros dos ("¡¡gooool!!", "¡¡¡GooooL!!!) y finalmente el último de chilena a cámara lenta (¡¡¡¡GOOOOOOOOOOL!!!!) y los gritos no vienen de la pantalla sino que somos nosotros los niños desde las butacas celebrándolos medio sentados, medio de pie y a voz en grito. Vaya partidazo.

De vez en cuado hay que tirar balones fuera.